Las danaides son
las 41 (menos una) virgo africanas y sanguinarias de la antigüedad clásica. Su
estado de gracia era mantener la pureza como ofrenda a la divinidad. De hecho,
su padre, Danáo, y ellas se atribuían un origen divinizado. Por ello su pureza
no podía ser manchada por la lasciva y negra mano de sus primos, hijos de su
tío Egipto.
En Las Suplicantes, la tragedia de Esquilo,
hay un diálogo corto pero delicioso. Se da justo después que el rey de Argos,
Pelasgo, previa consulta con su pueblo, les otorgara asilo político. El mismo
es justificado por el carácter sagrado que las identifica, a partir de su indumentaria
y, sobre todo, porque son presentadas por su padre como vírgenes dedicadas al
culto del dios de la hospitalidad: Zeus. Con ello se explicita el rasgo
cultural (religioso) compartido con los argivos, dejando en claro que las
tebanas podrán ser forasteras pero de ningún modo incivilizadas o bárbaras. El
asilo las beneficiaba con el mandato ciudadano de ser protegidas ante cualquier
amenaza o reparadas, por vía bélica, frente a cualquier afrenta. Es decir se
les otorgaba el estatuto de ciudadanas de Argos.
Cuando los 41
hijos de Egipto, persiguiéndolas, tocan costas argivas, enteradas las danaides desatan lamentos e
invocaciones, desesperadas frente al nefasto destino que les aguarda no solo a
ellas sino al pueblo de Argos. En medio de ese anticlímax por la inminente tragedia,
las sirvientas rematan la intensidad de la escena con una observación azas de
patética, por amoral y blasfema: el hecho de ser sometidas a un himeneo contra
su voluntad quizás no sea tan terrible, les sugieren audazmente a las alarmadas
vírgenes. Oculto en el lado oscuro de su ‘buena’ intención, la
inclinación al placer sexual de las sirvientas es contundente, despertando en
las vírgenes tebanas, a pesar de su aflicción, su reciente condición de dueñas con
servidumbre. De ahí que para ubicarlas en la respectiva jerarquía las
interpelan con la siguiente pregunta:
-
¿Con qué objeto os permitís
hablar así?
No obstante su estado de subordinación, las
sirvientas argivas responden con una omisión luminosa, señalando así su osada
inclinación por el goce terrenal, en una suerte de manifestación cínica
frente a la autoridad. Replican:
-
Para apartar vuestra curiosidad
de las cosas divinas.
Hablamos, por su puesto, del cinismo histórico. No de lo que se
entiende hoy en día por cinismo y que tiene como mayor exponente adhoc la
figura del político público. La escena bien podría formar parte de las anécdotas
corrosivas de esa antigua escuela helénica.