sábado, 8 de marzo de 2014

Las Suplicantes de Esquilo



Las danaides son las 41 (menos una) virgo africanas y sanguinarias de la antigüedad clásica. Su estado de gracia era mantener la pureza como ofrenda a la divinidad. De hecho, su padre, Danáo, y ellas se atribuían un origen divinizado. Por ello su pureza no podía ser manchada por la lasciva y negra mano de sus primos, hijos de su tío Egipto[1].
En Las Suplicantes, la tragedia de Esquilo, hay un diálogo corto pero delicioso. Se da justo después que el rey de Argos, Pelasgo, previa consulta con su pueblo, les otorgara asilo político. El mismo es justificado por el carácter sagrado que las identifica, a partir de su indumentaria y, sobre todo, porque son presentadas por su padre como vírgenes dedicadas al culto del dios de la hospitalidad: Zeus. Con ello se explicita el rasgo cultural (religioso) compartido con los argivos, dejando en claro que las tebanas podrán ser forasteras pero de ningún modo incivilizadas o bárbaras. El asilo las beneficiaba con el mandato ciudadano de ser protegidas ante cualquier amenaza o reparadas, por vía bélica, frente a cualquier afrenta. Es decir se les otorgaba el estatuto de ciudadanas de Argos.
Cuando los 41 hijos de Egipto, persiguiéndolas, tocan costas argivas, enteradas las danaides desatan lamentos e invocaciones, desesperadas frente al nefasto destino que les aguarda no solo a ellas sino al pueblo de Argos. En medio de ese anticlímax por la inminente tragedia, las sirvientas rematan la intensidad de la escena con una observación azas de patética, por amoral y blasfema: el hecho de ser sometidas a un himeneo contra su voluntad quizás no sea tan terrible, les sugieren audazmente a las alarmadas vírgenes. Oculto en el lado oscuro de su ‘buena’ intención, la inclinación al placer sexual de las sirvientas es contundente, despertando en las vírgenes tebanas, a pesar de su aflicción, su reciente condición de dueñas con servidumbre. De ahí que para ubicarlas en la respectiva jerarquía las interpelan con la siguiente pregunta:
-          ¿Con qué objeto os permitís hablar así?
No obstante su estado de subordinación, las sirvientas argivas responden con una omisión luminosa, señalando así su osada inclinación por el goce terrenal, en una suerte de manifestación cínica[2] frente a la autoridad. Replican:
-          Para apartar vuestra curiosidad de las cosas divinas.




[1] El lector debe recordar que las danaides descienden de Ío, ninfa que, a pesar de su negativa de entregarse a Zeus, es castigada por Hera. La celosa diosa la adorna con dos cuernos de vaca y no contenta con eso, además, la entrega en custodia al guardián de cien ojos, Argos. Después de la muerte de éste a manos de Hermes, le envía  el insufrible tábano, metáfora del aguijón del desasosiego,  con objeto que la persiga y atormente hasta la locura. Presa de ese sufrimiento personalizado, Ío huye o, será mejor decir, deambula, posesa de acedía y fuera de sí,  llegando hasta las orillas del Nilo. Allí, Zeus se compadece y la libera del tábano posando su mano sobre ella, con lo cual la embaraza.  Las danaides son su  descendencia.
[2] Hablamos, por su puesto, del cinismo histórico. No de lo que se entiende hoy en día por cinismo y que tiene como mayor exponente adhoc la figura del político público. La escena bien podría formar parte de las anécdotas corrosivas de esa antigua escuela helénica.

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